Peinando historias | El cabello y la intimidad: erotismo, amor filial y sororidad
Los humanos estamos programados para anhelar el roce de otros, pero entrar en contacto con el cabello de alguien o permitir que toquen el nuestro establece un vínculo especial.
“Nuestro cabello es una red capaz de atraparlo todo, es fuerte como las raíces del ahuehuete y suave como la espuma del atole”.
Del poema Trenzaré mis tristezas de Paola Klug.
El cabello es una ventana a la intimidad de una persona. Primero, porque es físico y extremadamente personal y, segundo, porque aunque es personal es más público que privado. Los humanos estamos programados para anhelar el roce de otros, pero entrar en contacto con el cabello de alguien o permitir que toquen el nuestro establece un vínculo especial. “El cuero cabelludo es un espacio sagrado —escribió Sable Yong en un artículo para Repeller—. Es el velo más delgado entre tus pensamientos más íntimos y el mundo salvaje”.
Si bien el cabello no contiene terminaciones nerviosas, los folículos pilosos, que se encuentran en la dermis, están rodeados de receptores táctiles. Cuando alguien nos toca el cabello, libera oxitocina, la hormona responsable de crear o fortalecer vínculos de proximidad y relación. En los monos, el acicalamiento apacigua conflictos y construye relaciones. Algo similar ocurre con nosotros: el contacto humano hace que el cuerpo reaccione al reducir los niveles de cortisol, lo que puede disminuir la presión arterial y la frecuencia cardiaca, lo cual reduce el estrés y tiene un impacto beneficioso en nuestro bienestar general y estado de ánimo.
Desde la infancia, aprendemos que acariciar el cabello de los seres queridos es una muestra natural de afecto y unión. Refleja dulzura, cariño y delicadeza. Cuando una persona cercana no se encuentra bien o, simplemente, queremos reafirmar que es amada y está segura, le hacemos “piojito”, como le decimos en México al acto de amor de rascar la cabeza suavemente y en forma circular.
Cepillar a alguien indica un vínculo puro y desinteresado. Lo hacen nuestras madres con nosotras y lo repetimos con nuestras hermanas y amigas. El cabello es un elemento que conecta a las mujeres. Cuando una mujer peina a otra, está en un ejercicio de hermandad, construyendo y entretejiendo el pensamiento. Quizás sin pretenderlo, se crea un espacio de resistencia e integración, y hay un intercambio energético.
“Tu cabello es una extensión de tu alma y carga emociones —explica Danié Gómez-Ortigoza, a quien entrevistamos anteriormente en All Things Hair—. Toda tu historia está contenida en tus cabellos”. Según diversas creencias indígenas, hinduistas y taoístas, el cabello representa los pensamientos y el estado espiritual del individuo, mostrando los vínculos y la unidad espiritual de su familia y definiendo la armonía cultural y el alineamiento de su comunidad. Bajo esta filosofía, el pelo es sensible a las percepciones más sutiles del entorno, capta la energía a nuestro alrededor y estimula la transmisión de esa información exterior al cerebro, siendo así responsable de la intuición.
Para algunas personas, el cabello es tan íntimo que resulta privado. Las judías ortodoxas, por ejemplo, una vez que se casan, lo ocultan bajo una peluca, sombrero o pañoleta que solo remueven en su entorno familiar. “Me recuerda a la privacidad por el bien de mi matrimonio: que ahora soy parte de algo y de alguien más, e incluso las partes más básicas de mí deben considerarse en el contexto de esa nueva asociación”, confiesa Ariella Zirkind, excreadora de contenido para Instagram, en una entrevista para All Things Hair US.
A lo largo de la historia, el cabello ha sido un símbolo de feminidad y un reflector —o inhibidor— de la sexualidad. El cabello se fetichiza en el sentido de que se le otorgan poderes que van más allá de su existencia física.
El antropólogo británico Edmund A. Leach, basado en observaciones de hindúes en India y budistas en Sri Lanka, teorizó que el cabello largo representaba una sexualidad desenfrenada; que el pelo corto, muy recogido o parcialmente rapado indicaba una sexualidad restringida; y que las cabezas rapadas simbolizaban el celibato.
El cabello es un arma de seducción. Cuando flirteamos, lo recorremos con las manos, lo ponemos detrás de la oreja o enrollamos un mechón en un dedo. Forma parte de la coreografía sexual: lo acariciamos, sacudimos, jalamos y amarramos. En la cama, permitir que nuestra pareja nos tome de él con cierta fuerza implica un acto de intimidad y confianza absolutas, de ceder el control y dejarse dominar. Puedes herirme, pero sé que no lo harás.
Más allá del erotismo, el cabello tiene una connotación romántica. Durante la época victoriana del Reino Unido, en el siglo XIX, las mujeres intercambiaban caireles como prenda de amor. Así, el cabello se convirtió en un elemento central y visible de las joyas, a menudo rizado o trenzado dentro de un relicario que se llevaba cerca del corazón.
“El cabello es a la vez el más delicado y duradero de los materiales, y nos sobrevive, como el amor —se leía en la revista femenina Godey’s Lady’s Book de mayo de 1855, publicada en Estados Unidos—. Casi se puede decir que tengo un pedazo de ti y no indigno de tu ser ahora”.
Un mechón para no olvidar.
Rituales capilares para acercarnos a nuestros seres queridos
- Lávale el cabello a tu pareja o permite que lo haga contigo. Enciende velas aromáticas y disfruten juntos.
- Ofrécete a cepillar y peinar a una persona querida que esté pasando por un momento difícil. Aplícale un aceite esencial relajante en las sienes y la nuca y recuérdale que estás ahí para ella.
- Si una persona muy cercana a ti ha fallecido, guardar un mechón de su pelo podría ser una manera especial de recordarle.
- Aparta un espacio en tu día para hacerte un masaje capilar. Inclina la cabeza hacia abajo y coloca una mano de cada lado, separando bien los dedos. Con la yemas, realiza movimientos circulares cortos —aplicando una ligera presión sobre el cuero cabelludo—, empezando por la nuca y subiendo lentamente hacia la coronilla. El amor propio es el más importante.