ATH opina | Un mundo en donde el aspecto del cabello pesa más que el éxito
El aspecto del cabello no debería definir quiénes somos, sino reflejar nuestra verdadera personalidad y el largo camino que hemos recorrido, con mucho esfuerzo y dedicación.
Y aquí me encuentro: sentada frente a la computadora, con una taza de café y el silencio de la tarde. Nada fuera de lo común, excepto por la inquietud de poner en palabras la opinión personal sobre un tema muy sonado, hablado y debatido.
Todo empezó cuando, hace unos días, me encontré en el librero Los cuatro acuerdos, del escritor mexicano Miguel Ángel Ruiz Macías, empolvado y desgastado. Podrás pensar, igual que yo, que no hay libro de autoayuda más cliché. Sin embargo, lo abrí, leí el primer acuerdo y me quedé pensando en el poder de las palabras, aquellas que usamos con los demás y con las que nos referimos a nosotras mismas.
Y es que así somos: todo lo juzgamos. Así nos enseñaron. Hemos dominado el arte de darle mayor importancia a la imagen que al ser. ¿Por qué le ponemos tanto peso a la apariencia? Pareciera que no hay otra opción. Solo así sabemos construir un concepto sobre los demás. Y pasa lo mismo al revés. El problema, es que dejamos que nos defina la manera en la que nos ven desde afuera, con prejuicios y reglas sociales. ¡Un círculo vicioso!
Rompamos con estereotipos sobre el aspecto del cabello
Mi mamá tiene 58 años. Es una mujer que siempre ha trabajado, que ha logrado sobrellevar cualquier situación difícil que la vida le ha puesto en el camino. ¡No hay piedra que la haga tropezar! A muy corta edad, sacó adelante a cuatro hermanos sin ayuda de nadie. Le han otorgado premios por ser la mejor en una empresa que opera con servicios tecnológicos en 46 países alrededor del mundo. No tengo que decir más para hacerte ver que estoy hablando de alguien ejemplar e inigualable.
En una de esas reuniones familiares por videollamada —siendo el contexto la mitad de la pandemia y todos en confinamiento—, mi mamá tomó su teléfono y se puso sonriente frente a la cámara. ¿Y cómo no? Si después de meses por fin iba a poder tener una conversación decente con su hermano, el más chico de todos. Antes de que incluso pudieran saludarse, escuché un comentario tan hiriente que destruyó en un segundo su confianza, seguridad y amor propio, como si no le hubiera costado trabajo ganárselos: “¡Se te ven las canas! ¿No te da pena verte tan dejada y desarreglada?”. ¡Otra vez con el tema de la raíz blanca!
Me quedé pensando, con el coraje entre los dientes, por qué ella no se defendió o solo dejó pasar el comentario. Fue como si le hubiera caído un hechizo con efecto inmediato. Los siguientes días, se puso nerviosa en las reuniones de trabajo y, mejor, corrió a la farmacia por un tinte casero para cubrir esos desastrosos signos de la edad. Porque, claro, como mujer no se puede permitir estar desarreglada y desalineada. ¿En qué momento dejas que una cana destruya todo lo que eres, lo que has construido? De verdad que es un tema serio. Además, ¿por qué, a costa de los prejuicios, vas a empezar a odiar una parte de ti? El cabello es nuestro mejor accesorio, acompañante y reflector de nuestro interior. Hay que cuidarlo, y todo empieza con el amor propio.
Y es que, si no son las canas, es el corte de cabello: no te lo cortes, porque se te ve la cara más redonda. No te lo dejes tan largo, porque no es de buen gusto. ¿Elegiste un corte recto? ¡Qué aburrida! Si se trata de un estilo muy corto, eres marimacha. No vayas a una cita de trabajo sin peinarte, ¡darás una mala impresión! No te esfuerces demasiado, solo es una entrevista y no querrás verte forzada. No te lo tiñas de verde, eso es para gente joven. ¿Te lo teñiste de verde y solo tienes 15? No sabes lo que quieres. Déjate el cabello suelto para que los hombres te encuentren atractiva. Mejor recógelo, no se te ve la cara y pareces insegura. ¡Tu cabello define quién eres! Así es siempre: inevitable.
Rompiendo el ciclo
Mi punto, después de todo, es que está en nosotras romper con el ciclo. El tema de mi mamá podría ser generacional, porque a ella siempre le enseñaron que las mujeres nunca deben dejar ver algún signo de debilidad o envejecimiento, como las canas. Nunca hubo nadie que le enseñara a forjar un autoconcepto basado en su fuerza y en sus logros, sino en la imagen. Y no me malinterpretes, no te digo que nadie debería preocuparse por cómo se ve. Pero, ¿hasta qué punto es sano? El peso que se le da a la apariencia debe tener un límite. Y, más bien, el objetivo es encontrar un equilibrio.
Enseñémosles a nuestras hijas la importancia de ir más allá de una construcción social sobre lo que es ser mujer. Que pertenecer al género femenino no significa estar siempre relamida y perfecta, que no importa el corte, color o largo del cabello que quieran llevar, siempre y cuando refleje su verdadero yo. ¡Démosles la libertad de decidir y experimentar con su melena! Y claro, que aprendan que las canas no son más que la pérdida de pigmentación, porque así funciona el cuerpo: cambia con el paso de los años. De esta manera, nadie podrá destrozar su confianza en ellas mismas.
Rompamos con la idea de que el poder más grande de una mujer es su belleza. Lo más importante es alcanzar nuestras metas, jamás conformarnos y caminar con la frente en alto. Respetemos los diferentes estilos y gustos. Nadie es igual a nosotros. Haz de tu cabello tu mejor accesorio, que refleje tu éxito personal y que te acompañe en el camino a nuevas aventuras.
La imagen importa, pero lo de adentro importa más. El cabello perfecto sí existe, pero no es el que quieres copiarle a una celebridad o el que disimula sus defectos naturales, sino el que refleja el verdadero poder y personalidad de una mujer.