
Hasta la raíz | Joyería, arte y luto: el cabello como recuerdo de un ser querido
En el siglo XIX, era común fabricar joyería y piezas de arte con cabello de un difunto. Estas representaban luto, duelo y conmemoraban la vida de una persona fallecida.
Yo también he perdido a un ser querido, muy querido. La forma en que vestía, cómo sonreía y la manera en que bailaba quedaron congeladas no solo en mi memoria, sino con luz sobre papel, enmarcadas en la sala y siempre a la mano en aquel cajón del cuarto. Además de la serie fotográfica, una cajita con joyas, cartas y otras pertenencias tienen designado un lugar especial bajo mi techo.
Pero todos somos diferentes, y cada cultura vive el luto y el duelo de forma distinta. Hay quienes necesitamos guardar cositas que fueron parte de una vida ajena, y hay a quienes la mente les basta. Aunque, desde luego, es imposible generalizar cuando se trata de un tema tan delicado, triste y doloroso.
Hace unos días me encontré con un artículo que hablaba sobre el arte victoriano capilar. Resulta que, en el siglo XIX, las revistas de manualidades y algunos libros dedicados a mujeres solían incluir patrones, ideas y pasos a seguir para fabricar piezas de decoración (o joyería) con cabello humano, tomado de un cuerpo que ya había concluido su ciclo de vida. A aquello se le conocía como hairwork.
Durante ese periodo, el cabello se convirtió en una reliquia. Broches, pulseras, camafeos y bordados eran objetos de luto; recuerdos palpables de un cuerpo y su vida. La reina Victoria, por ejemplo, comisionó por lo menos ocho joyas hechas con el pelo de su difunto esposo, el príncipe Alberto.
Esta tendencia, vinculada al duelo, prevaleció sobre todo entre la clase media victoriana de la época. Tejer brazaletes y moldear motivos florales con pelo de un difunto era una actividad común y sostenible, aunque un tanto compleja. Si bien el cabello es capaz de contener su aroma, estructura y color naturales por miles de años, se trata de un material que se mantiene intacto al paso del tiempo.
Además, era común guardar o encapsular mechones de cabello junto al retrato de la persona fallecida. O, incluso, adornarlo. De este modo, se podía conservar la imagen y una parte tangible de ese ser querido.
Hoy en día es común convertir las cenizas en diamantes o simplemente conservar algunos de los objetos que esa persona especial usaba en vida. Sin embargo, utilizar el cabello para crear piezas tipo victorianas todavía no es cosa del pasado. Diferentes museos y expertos artesanos han rescatado la técnica e implementado su aprendizaje en el arte de recordar con cabello.
Guardar mechones junto a un retrato o incluso convertir pelo en una alhaja pareciera una idea bastante extraña e incómoda, casi negativa y prohibida, para muchos. No obstante, sería un error dejar a un lado el hecho de que el pelo, en vida o muerte, inmortaliza la esencia de un ser humano. Carga nuestros recuerdos e historias, nuestra forma de ser y nuestro innegable ADN.
Por otra parte, y hablando de tiempos actuales, existe también la tradición de guardar un mechón de cabello, sin técnicas artesanales victorianas incorporadas. En algunos casos, lejos de ser una práctica triste, ver, oler y sentir el pelo de alguien que ya no está con nosotros puede ser reconfortante.
Aprender a vivir sin una persona que realmente amamos es una de las cosas más difíciles a las que se puede enfrentar un ser humano. Sin embargo, siempre quedará la opción de inmortalizar una parte de ella, al estilo victoriano.