Hasta la raíz | Peinados buchones: cómo el crimen organizado moldea los estándares de belleza en México
Las redes sociales han amplificado la cultura buchona, poniéndola a disposición de las mujeres de todos los orígenes y clases sociales. Analizamos los peinados buchones y otras manifestaciones estéticas de la narcocultura.
“Buchona” es una palabra local que se ha empleado durante décadas para describir a las mujeres involucradas sentimentalmente con los narcotraficantes en Sinaloa, México. No obstante, el término ha llegado a significar la imagen a la que tantas mujeres aquí aspiran por el estatus y la asociación que implica: la moda, los autos, las casas y los viajes.
La buchona evoca el exceso. Sus senos y glúteos son voluptuosos y su talle diminuto, unas proporciones solo alcanzables a través del bisturí. Lleva el cabello lacio y largo hasta la cintura, a menudo con extensiones; su nariz es pequeña y respingada, sus labios son gruesos y es dueña de una mirada dramática, con pestañas postizas y las cejas delineadas. Usa joyería de oro con diamantes, bolsa de lujo, tacones altísimos y uñas con decoración barroca. Su ropa es ajustada y su peinado y maquillaje, seductores e impecables.
Los elementos rurales del norte de México, como los sombreros vaqueros, también se integran en su look, aunque de manera muy glamorosa.

Sinaloa es la región costera del Pacífico que alberga al cártel de Sinaloa, una vez dirigido por el infame Joaquín “El Chapo” Guzmán (que ahora cumple cadena perpetua en Estados Unidos). La esposa de Guzmán, la ex reina de belleza Emma Coronel Aispuro, es la buchona máxima, por así decirlo. Recientemente se declaró culpable de los cargos de conspiración federal en un tribunal federal de EE.UU y se encuentra bajo arresto domiciliario, pero su apariencia y estilo de vida siguen siendo un tema de conversación en internet.
Aunque se piensa que el narcotráfico siempre ha existido en México, en realidad surgió a principios de siglo XX, cuando el gobierno consideró ilegal el consumo de sustancias como la marihuana. Sin embargo, sus estragos no habían provocado una crisis social como la que se ha experimentado en los últimos 30 años, con cientos de miles de muertos, miles de desaparecidos, pueblos fantasmas y un país sembrado con cuerpos enterrados en fosas clandestinas.
Los mexicanos nos acostumbramos a convivir con la violencia, pero también a consumirla. Desde hace décadas, el narco se ha infiltrado en la cultura popular, no sin despertar preocupación sobre la glorificación del crimen. Pero la estética buchona es un objeto de fascinación social porque no se centra en la administración del cártel y sus delitos, sino en la apariencia.
La buchona en la cultura popular

En la televisión, hay innumerables programas dedicados a los narcos. Uno de los más famosos es la exitosa telenovela de 2011 La Reina del Sur, protagonizada por Kate del Castillo. Su personaje, Teresa Mendoza, fue una de las primeras buchonas de la cultura pop: una mujer fuerte y emprendedora que se vestía impecablemente mientras buscaba el amor y construía un imperio en el tráfico de drogas.
En la música, la figura de la buchona está en todas partes. “Ahí viene la buchona vestida a la moda. Sus uñas decoradas, su boca bien pintada”, canta Chuy Lizárraga en La buchona (2010), que se emplea habitualmente como banda sonora en TikTok.
Además de regalarles a sus fans su poderosa voz en éxitos como De contrabando (2005) e Inolvidable (2007), la fallecida Jenni Rivera era una apasionada de la moda y una buchona por excelencia. Sus vestidos bordados, chamarras de piel, sombreros vaqueros, minifaldas y taconazos han pasado a la historia. ¿Su accesorio más polémico? La pistola, con la que posó en algunas ocasiones.
Más recientemente, la mexicoamericana Jenny 69 ha causado revuelo con su corrido tumbado La 69 (2021), apoyada por su legión de seguidores en redes sociales, donde ya era influencer de moda y belleza. Autoproclamada buchona —incluso tiene una canción que se llama Buchona vibez (2022), en colaboración con DJ Morphius y Muzik Junkies, y ha lanzado su propia marca de cosméticos, Buchona Cosmetics—, no tiene reparo en hablar de su cuna humilde y celebrar su éxito mediante cirugías plásticas y compras extravagantes. Y es que, si algo tiene el narco que atrae a las masas, es la idea de que cualquiera, sin importar su procedencia, puede acceder a la riqueza.
No se trata de ser buchona, sino de parecerlo

Las redes sociales han amplificado la cultura buchona, poniéndola a disposición de las mujeres de todos los orígenes y clases sociales. A veces, no se trata de ser buchona, sino de parecerlo. Más recientemente, el término se ha usado para referirse a las mujeres que no esconden su gusto por la vestimenta llamativa, la fiesta, el dinero y los hombres, y que buscan imitar la imagen y el estilo de vida de las mafiosas, aunque no tengan relación con el crimen organizado.
En octubre de 2022, Vice publicó un reportaje sobre las mujeres sinaloenses que tientan a la muerte en el quirófano para conseguir el cuerpo imposible que la narcocultura ha impuesto. Bonello, la autora, expone la apertura de docenas de clínicas clandestinas en las que las jóvenes depositan sus ahorros y los de sus familias en búsqueda de una vida mejor. Y es que en Sinaloa, donde la existencia es precaria como resultado de la presencia de los grupos armados, llamar la atención de un hombre rico y poderoso puede brindarle a la mujer no solo consuelo, sino protección.
Para pagar los procedimientos, ha proliferado una especie de esquema piramidal (no regulado por las autoridades) conocido localmente como “cundinas”, para ayudar a las mujeres de bajos recursos a acceder a los tratamientos en estas clínicas ilícitas, explica la autora. Los miembros de un grupo pagan una cantidad fija cada mes, y cada participante se somete a una cirugía a medida que se acumulan los fondos.
Asimismo, se ha vuelto evidente que cada vez más mujeres —especialmente aquellas con una posición socioeconómica menos privilegiada— invierten en productos de maquillaje, cuidado de la piel y fajas. También en procedimientos estéticos no quirúrgicos, como los rellenos con ácido hialurónico y el lifting con hilos tensores, y tratamientos cosméticos, como el alaciado permanente, las extensiones de cabello y pestañas, las uñas con pedrería y el microblading. Así, la belleza artificial se convierte en un símbolo de prestigio, precisamente porque cuesta…
La pregunta es: ¿hasta dónde estamos dispuestas a llegar por un ideal de belleza? Y ¿es posible que, con nuestras decisiones estéticas, estemos glorificando una cultura bélica que objetiva a la mujer?